POR: EL TIEMPO – Luis Felipe Henao
Para un gobernante que se autoproclama salvador del pueblo, no hay nada más irritante que ver cómo las ciudades prosperan sin su bendición. Y en la lógica del mesías político, cuando la realidad contradice el discurso, no se corrige el discurso: se castiga la realidad. Por eso Gustavo Petro ha convertido a las ciudades en sus antagonistas, esas mismas que sostienen al país mientras su gobierno se dedica a sabotearlas.
Desde que llegó al poder, la estrategia ha sido simple: donde no gobierna él, debe haber sospecha; donde hay progreso sin su nombre estampado, debe haber castigo. Lo que no esperaba es que las ciudades demostraran, con hechos concretos, que Colombia avanza a pesar de él. En 2023, la tasa de desempleo en las 13 principales áreas urbanas cayó a 10,4 %, según el Dane, y Bogotá, Medellín y Barranquilla lideraron la recuperación laboral. Solo Medellín creó 139.000 nuevos empleos en el primer trimestre de 2023; Bogotá superó los 260.000 empleos creados en el año, y Barranquilla fue la primera capital del Caribe en recuperar los niveles productivos prepandemia. No hubo milagros ni retórica: hubo gestión.
La vivienda social también reveló el contraste. Mientras el Presidente se burlaba del sueño de tener casa propia y destruía Mi Casa Ya, las ciudades siguieron impulsando la vivienda digna. Bogotá cerró 2023 con más de 62.000 beneficiarios activos, Medellín superó los 20.000, Barranquilla alcanzó cerca de 17.000 familias, pese a que el Gobierno retrasó giros y cambió reglas a mitad del camino. El derecho a la vivienda no se sostuvo desde la Casa de Nariño: se sostuvo desde las ciudades.

Lo mismo ocurrió con la seguridad. Mientras el Gobierno subía a jefes de bandas criminales a tarimas oficiales en Medellín y justificaba pactos opacos bajo la llamada “paz total”, fueron las capitales las que mantuvieron los CAI, cuadrantes, cámaras, centros de monitoreo y pie de fuerza. Bogotá financió su propia estrategia de seguridad sin apoyo nacional, Medellín recupera poco a poco la coordinación institucional, Barranquilla consolidó una reducción sostenida de homicidios. El contraste es vergonzoso: mientras el Gobierno amplifica criminales, las ciudades protegen ciudadanos.
Desde que llegó al poder, la estrategia ha sido simple: donde no gobierna él, debe haber sospecha; donde hay progreso sin su nombre estampado, debe haber castigo. Lo que no esperaba es que las ciudades demostraran, con hechos concretos, que Colombia avanza a pesar de él
Y aun así, la retaliación presidencial ha sido constante. A Barranquilla la castigó quitándole los Panamericanos, a Bogotá la estranguló desde el Ministerio de Ambiente frenando la autopista Norte, a Cali la dejó sitiada al permitir la expansión de grupos armados y detener el Tren de Cercanías del Valle, y a Medellín la humilló con el “tarimazo”, y respalda a un exalcalde imputado por la Fiscalía por uno de los mayores desfalcos de la ciudad. No hay técnica, no hay principios: solo resentimiento y cálculo político.
Karl Popper ya lo había advertido: los falsos salvadores necesitan perpetuar el conflicto para sostenerse. Por eso este gobierno nunca acepta errores, jamás reconoce responsabilidad y siempre encuentra culpables externos: empresarios, jueces, prensa… y ahora las ciudades que funcionan mejor que él.
Las encuestas y las elecciones recientes confirman el hastío. Las grandes urbes –que producen empleo, vivienda, seguridad y bienestar– han demostrado que el progreso depende de la capacidad de gobernar, no de destruir. Y mientras sigan construyendo país, el discurso del mesías político seguirá quedando en evidencia.
Porque, al fin y a cabo, y sin necesidad de repetirlo más de la cuenta, el tirano teme lo que las ciudades logran.
P. D. Y así, entre discursos épicos y anuncios de “transformación”, la carrera diplomática terminó siendo la protagonista del mayor acto de desaparición: se esfumó para darle paso a la rosca oficial, al final Petro sí igualó la carrera diplomática… pero por abajo.